lunes, 19 de octubre de 2009

Tango


Habíamos venido deteniéndonos cada noche en un lugar diferente, como el velerito no está equipado con piloto automático, además de ser demasiado chico como para hacer navegación de altura, nuestras etapas no pasaban de un día con la costa a la vista.
Cada día, al ver algún lugar donde se pudiera parar y tener alguna seguridad contra el clima, habíamos anclado para pasar la noche y seguíamos viaje. Nos parecía que toda nuestra vida había transcurrido así, entre el mar, el cielo, la noche inmensa, la luna que nos llamaba, cada día más imponente, y los pescadores que conocíamos cada vez que teníamos oportunidad.

Tarde, casi oscuro, miramos salir la luna llena sobre el mar, el reflejo brillando sobre las olas es de una belleza hipnótica, ninguna nube interrumpe el cielo gigantesco, ninguna isla rompe el mar de babor. Idílico es la palabra, como me dijo alguna vez una de mis hijas.

Vamos en alas de un viento suave del sur-oeste, que no nos impone ninguna atención especial... pero decido buscar dónde parar, algo me empuja a prestar atención a la costa, además de que es una temeridad navegar de noche en aguas costeras que no se conocen.

En la costa brillan varias luces, parece que son casas. La luna alumbra la costa, los morros de altura variable, alguna estructura que no se define del todo a la distancia. Supongo que se trata de edificaciones en la playa, al estilo de los pescadores brasileros, de madera, edificadas sobre la franja de vegetación que está junto a la arena. Al irnos acercando vemos también desperdigados a lo ancho varios botes de pescadores, muchos de ellos al extremo de una línea trazada en la arena por la quilla... pienso que están vivos, que tienen alma y anhelan conocer la vida en tierra, se impulsaron con sus brazos tierra adentro hasta donde pudieron.
Los barcos de pesca están vivos, tienen madera y metal y hombres y alma, sus anhelos y alegrías, y viven en el agua pero salen todas las noches a dormir en tierra, sueñan con viajar por tierra como lo hacen por mar cuando disponen de sus hombres para moverse. Añorando la vida de trabajo con que pasan el día, y sabiendo que sus hombres irán a tierra por la noche, quieren ir también, por eso se arrastran hasta donde pueden por la playa, hasta quedar dormidos como cuerpos inertes al extremo de un rastro de arena. Al otro día despiertan, cuando los hombres los llevan de vuelta al mar, a veces perezosamente en un mar tranquilo, a veces con bríos de semental en un mar picado.

Pero ahora duermen su sueño de tierra y no nos miran llegar. Anclamos a un lado de los barcos, salen de pesca antes de la salida del sol y no quiero ponerme en su camino.

Hay algo construido en la costa, y luces más adentro en casas sencillas. Se escuchan ritmos gaúchos, voces y risas, parece haber gente de fiesta en la costa. Nos miramos sonriendo, ya sabemos lo que nos espera.

Buscamos el reproductor de CD´s, la música que tenemos preparada para estas ocasiones, una mochilita con zapatos, y bajamos a la costa sin ningún otro accesorio. La noche está espectacular, la luna ha dejado de ser omnipresente para pasar a acompañarnos a una celebración, la brisa es tibia, la arena impalpable.

Están reunidos fuera de las instalaciones donde guardan el pescado refrigerado, hay dos que tocan música: unos tamborcitos por un lado y una guitarra por otro, el guitarrista canta temas típicos de la zona, no los conocemos, ni los temas ni a la gente, pero nos reciben con la solidaridad brasilera: Oi caras, bem vindos, quer compartir nossa festa?
-Obrigado!! Respondemos y nos acercamos a charlar. Ya pasamos por brasileros. Es realmente hermosa esta gente sencilla, muy cordiales, nos hacen sentir que estamos entre amigos.
Bailan los morochos, y las mujeres, con esa gracia particular heredada de los negros que no se puede imitar. Nos miramos y vamos, queremos aprender, participar de la hermandad del baile, donde es la pareja quien participa junto con las otras.
Al ver que queremos aprender dejan todo... con pena por el clima que ha cambiado, disfrutamos de las atenciones, tratamos de meternos en la música para disfrutarla sin demasiadas reglas... provocando un montón de risas, y que salgan a bailar también otras parejas. Sin proponernos el clima cambia de nuevo, y ya estamos en una fiesta a todo vapor, la alegría de cantar con nuestros cuerpos acompañando y completando la música se hace parte nuestra, nos lleva junto con todas las otras parejas.

Pero tenemos un regalo para ellos, y antes que la fiesta decaiga se lo mostramos: en el reproductor de CD´d ponemos tango. Miran extrañados: sólo habían preguntado nuestro nombre de pila, el brasilero siempre nombra así a todos. Les contamos que somos argentinos y que queremos retribuir sus atenciones y su fiesta compartiendo con ellos algo de nuestro país. Por suerte había una zona en que habían hecho un piso, que el tango no se puede bailar en la arena. Y como estamos dispuestos a enseñarles lo que quieran, inmediatamente el entusiasmo los invade y despejan la zona, nosotros nos ponemos los zapatos que llevamos para la ocasión, ponemos en el reproductor “Un Tango de mi Flor”, nos miramos, nos olvidamos de mundo y empezamos: una base, una baldosa, una secuencia sencilla para entrar en clima... pero ese tango es demasiado hermoso, me lleva puesto, y con la familiaridad que me da lo conocido, y ganas de improvisar, tiramos ochos, cortes y ganchos al compás de la letra. Una hermosura hecha armonía y expresión, el mejor esfuerzo puesto en la mujer más importante del mundo, pera que se luzca, para verla, para maravillarme de su habilidad, de su presencia, de lo que construimos con este lenguaje compartido.

Y volvemos al mundo, mi mirada y tu mirada, casi dolorosamente... sólo para encontrarnos con el resto de la gente que celebra.

Quieren que les enseñemos...

1 comentario:

  1. Todo el mundo se maravilla e hipnotiza frente al tango, es una música y un baila que causa esos efectos. No pasa desapercibido.
    Saludos, que sigan disfrutando a pleno de la vida... confieso que me gustaría poder hacer lo mismo.

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