lunes, 31 de agosto de 2009

Crepúsculo


Llegamos al atardecer, cuando el sol se acerca al horizonte sumergiéndose en la selva que cubre los morros próximos a la costa. Tiro el ancla, cargamos el gomón y vamos a la costa, un incordio, que hubiéramos deseado llegar nadando… Tiro del cabo para sacar el gomón fuera del agua y te pierdo de vista: estás nadando mar afuera, y sé que vas desnuda, este mar no se admiten barreras con el cuerpo, me saco la malla y voy tras de ti.
Nadas un muy buen estilo, rápido, fugaz vislumbre de nalgas cobrizas, cabello desordenado cubriendo tu cara, brazos incansables… y tu cara, concentrada, estás en otro mundo.
Me doy vuelta mirando al cielo que se oscurece, nadando de espaldas con la mayor economía de energía, sin ningún esfuerzo.
Vivo un mundo ondulado, que me arrulla y me rodea. Me da una tranquilidad como la de un útero, a pesar de mi mente que chiquita, ignorada y desvalida intenta inútilmente hacer escuchar su protesta extranjera. Aquí no soy, sólo siento, llegan sonidos de agua moviéndose, de mi respiración, imágenes de las nubes.
Algo me llama la atención: entre dos nubes hay un movimiento muy lento pero en distinta dirección. Algo conecta una nube con otra, algo que mientras sigo mirando se retuerce muy lentamente como una lombriz, y luego se va retirando desde un extremo hasta desaparecer. Me quedo mirando, ya totalmente atento y lamentando perder algo que nunca había visto. Pero otra conexión se va formando en otro lugar, comenzando por ser totalmente transparente y pasando rápidamente al miso tono que el resto. Ahí veo que gira: es un remolino, un tornado, que va de la nube inferior a la otra. Mientras éste se retuerce aparece otro más chico. Increíble que nunca antes los hubiera visto… será que se dan sólo sobre el mar? No creo…
En ese momento me tomas de la cintura y me tiras hacia abajo, sumergiéndome, y haciendo que trague agua olvidando todo. Braceo para enderezarme y te encuentro riendo a poco más de un metro de distancia.
-AAAAAAA! Grito lanzándome adelante y te tomo de la cintura… Mi cara queda a la altura de tu pecho, y otra vez me olvido de todo, mi boca, mi nariz, mis mejillas acarician tus senos queriendo quedarse allí, suave lecho de amor y pasión. Los pulmones reclaman. No les hago caso, pero rompen el sueño e insisten con más fuerza.
Emerjo al aire, a tu cara. Nuestras piernas y brazos se chocan mientras nos mantenemos a flote, enfrentados, por nuestros ojos pasa el vínculo eternamente renovado del amor.
Nada decimos, comenzamos a nadar lentamente, mirándonos, a la costa.
El cielo ya tiene el tono inconfundible del ocaso, y aunque no vemos el sol, sabemos que está terminando de sumergirse en el horizonte detrás de los morros.
Caminamos desnudos hacia la playa.
Mientras pasamos del mar a la arena el mundo cambia. Nosotros cambiamos. Ya no es de día, pero esta nueva noche se siente más diáfana que cualquier día que hayamos vivido antes, la arena brilla con los últimos resabios naranja del atardecer, nuestros pasos dejan huellas llenas de plata, el agua sobre tu cuerpo debe haber cobrado magia en algún momento.
Te miro asombrado, mientras en tu cara se refleja el mismo gozo que siento desbordar.
Miramos la belleza imposible delante nuestro, nos tomamos de la mano, corremos.

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